Taipei, 20 de Agosto.- Taiwán es un extraño recordatorio de cómo los estados son construcciones arbitrarias y su reconocimiento muchas veces depende del capricho de la comunidad internacional, publicó en un articulo de opinión el diario colombiano "El Espectador" escrito por el periodista Juan Carlos Rincón Escalante.
Taiwán celebra elecciones democráticas libres, con participaciones que nunca han estado por debajo del 66 % de la población.
Además, tiene un sistema político joven pero robusto, con amplia representación; una economía boyante, abierta al comercio internacional, con ingresos que cualquier país envidiaría; ciudades desarrolladas, con sistemas de transporte complejos y organizados; una población educada, competitiva y que se reconoce a sí misma como independiente; una vida cultural diversa; un ejército fuerte; y, en general, todos los requisitos para ser reconocido como un país independiente y un caso de éxito mundial. Y aún así, sólo 19 estados tienen relaciones diplomáticas con ellos.
Es decir, la abrumadora mayoría del mundo no reconoce su existencia como estado independiente. ¿Cómo es eso posible?
¿Cuántas Chinas hay?
Esa pregunta genera incomodidad y angustia en diplomáticos de todo el mundo. Formularla puede significar que la China comunista, la inevitable e indiscutible superpotencia mundial, amenace con cortar relaciones económicas con el país que se atreva a plantearla.
Eso lo aprendió a las malas Donald Trump, quien recién aterrizado en la Casa Blanca abrió la posibilidad de reconocer oficialmente a Taiwán. La presión de China continental fue tan contundente, que el gobierno estadounidense anunció poco después que el nuevo presidente no haría comentarios sobre el tema sin antes consultarlos con su homólogo chino. Ese es el talante del problema.
Pero, en realidad, en el mundo hay dos territorios, independientes entre sí, que reclaman el nombre de China. Por una parte está la China continental, conocida como la República Popular de China, y por otra está una isla, a pocos kilómetros de la China continental, que se autodenomina la República de China, lo que también se conoce como Taiwán.
Aunque la historia es larga, esa división política particular viene de la guerra civil china que terminó en 1949. El partido comunista triunfó en China continental y el gobierno de la República de China tuvo que exiliarse en la isla de Taiwán. Desde allí, la República siguió argumentando ser la verdadera representación de la única China y así lo hizo en las Naciones Unidas hasta 1971, pero ahí fue reemplazada por el la China comunista, que desde entonces ha tenido la vocería internacional.
Sin embargo, después de la guerra, Taiwán, gracias a las políticas de su Gobierno, inició un rápido y abrumador desarrollo comercial, convirtiéndose en una economía industrial estable. Hoy es la 22ª economía más grande del mundo. Eso le permitió entablar relaciones con países que estaban en busca de buenas relaciones comerciales.
Pese a haber comenzado como una dictadura militar de un solo partido, en los 90 inició un proceso de democratización que hoy la tiene como uno de los países más libres del mundo, con tasas altas de libertad de prensa, servicio de salud, educación pública, libertad económica y desarrollo humano.
Por eso la China comunista ve a Taiwán, y su reconocimiento internacional, como una amenaza existencial. El contraste es evidente. En la República de China la democracia no sólo ha demostrado que puede funcionar, sino que ha representado múltiples beneficios para la población. Los taiwaneses tienen mejor calidad de vida, y oportunidades de desarrollo personal, que el chino promedio en el territorio continental. Y todo eso en un marco de libertades que son impensables en una China comunista que censura a la disidencia y cuyo partido de Gobierno cada vez aprieta más su control sobre todos los aspectos del país.
Ante la idea de la China continental de que el comunismo es la única forma de Gobierno posible, Taiwán ofrece el argumento más demoledor y persuasivo en contra.
Una tensa coexistencia
Gracias a que Taiwán recibió el respaldo de claves aliados internacionales, como Estados Unidos, China continental ha tenido que ser prudente en sus intentos por volver a anexar la isla. Sin embargo, la situación es cada vez más complicada para los taiwaneses.
Gracias a su creciente poderío económico, la China comunista se ha convertido en un socio indispensable para todos los países del globo. Por eso, cuando sus diplomáticos se sientan a la mesa y exigen, sin espacio a discusiones, que quienes quieran hacer negocios en la China continental deben obviar de sus discursos la cuestión taiwanesa, hay muy pocos que se oponen. De hecho, el apoyo diplomático que Taiwán había logrado construir se está empezando a desintegrar.
Cuando estuve en Taipéi, todas las personas con las que hablé, incluyendo funcionarios de alto nivel, académicos, emprendedores y ciudadanos comunes, en algún momento mencionaron, con desazón, a Panamá.
Después de años de una fuerte alianza comercial y cultural, el presidente panameño, Juan Carlos Varela, dijo que si bien “Taiwán ha sido un gran amigo de Panamá”, rompería relaciones para entablarlas con la China comunista. “Estamos agradecidos (con los taiwaneses) por su amistad y cooperación durante las relaciones diplomáticas que mantuvimos”, agregó el mandatario.
Para Panamá, la movida tiene sentido: Pekín es el segundo usuario del canal interoceánico y ha prometido invertir en el país. Pero, para Taiwán, es un acto desleal, además de que representa perder a la economía más grande que reconocía su existencia oficialmente. Joseph Wu, secretario general de la Oficina presidencial de Taiwán, dijo en un comunicado de prensa que China continental sigue buscando minar su democracia “a través de la diplomacia de la intimidación, ofrecimientos y compra de aliados diplomáticos”.
Así es. Y lo más preocupante para los taiwaneses es que la estrategia está consiguiendo aislarlos cada vez más. Como me explicó un funcionario: “nos sentimos adoloridos y furiosos”.
El lenguaje es emocional porque necesita serlo. La ruptura de relaciones es, en la práctica geopolítica, decirle a una población de 23 millones de habitantes que ha declarado su independencia: no, ustedes no “existen”, ustedes hacen parte de ese modelo de gobierno que llevan varias décadas repudiando. También genera un sabor amargo saber que, en el fondo, todo es cuestión de dinero: para los países es más rentable hacer negocios con la China continental que con la República de China, pese a los esfuerzos de ésta última por entablar tratados de libre comercio.
Ese juego del lenguaje sobre la “existencia” y el “reconocimiento” ha estado en el corazón de la coexistencia tensa de las dos Chinas. En Taiwán se menciona mucho el “consenso de 1992”, que se refiere a un encuentro diplomático entre representantes de la China continental y de Taiwán, donde supuestamente acordaron reconocer que sólo existe una China, pero que la isla y el continente tienen distintas interpretaciones sobre lo que eso significa.
Si suena a capricho diplomático es porque lo es. Sin embargo, entre el 2004 y el 2016, cuando el gobierno taiwanés reconoció oficialmente el consenso, la China continental bajó un poco la guardia, lo que facilitó diálogo e intercambios entre los dos territorios.
Pero con la llegada de la presidenta Tsai Ing-wen en Taiwán, el gobierno de la República de China está pidiendo que se dejen a un lado esos artilugios lingüísticos que atentan contra la dignidad del pueblo taiwanés. Como me lo explicó el ministro Chui-Cheng Chiu, encargado de las relaciones con el continente, “queremos que China continental reconozca dos verdades ineludibles: el hecho de que existe la República de China y que el pueblo de Taiwán ha insistido en la democracia y la libertad”. El 80 % de los taiwaneses ha dicho que no está dispuesto a renunciar a la democracia.
Y es que ya han visto, de cerca, lo que la China comunista hace con los territorios libres. Hong Kong está cumpliendo 20 años desde que se reintegró a China, bajo la propuesta de “un país, dos sistemas”, que consiste en la permisividad de la democracia dentro de Hong Kong. Sin embargo, múltiples activistas de derechos humanos han denunciado que el partido comunista ha hecho todo lo posible por desmantelar la independencia del territorio. Chui-Cheng Chiu dice que “los derechos humanos, la libertad y la jurisdicción independiente han sido reducidos de manera considerable en los últimos dos años” en Hong Kong.
No hay, entonces, una solución sencilla, y los problemas diplomáticos siguen apareciendo en todos los aspectos de la vida diaria de los taiwaneses.
En este momento, por ejemplo, Taiwán es el organizador de un evento deportivo de relevancia internacional, la 29ª Universiada de Verano. Pero China continental amenazó con retirar a su delegación a menos que los atletas taiwaneses figuren bajo el nombre de “Taipei chino”, a lo cual accedieron. Voces dentro de Taiwán han denunciado esta “humillación”.
La estrategia de Taiwán, por ahora, es la misma de siempre: seguir apostando por la cooperación internacional, la democracia, el desarrollo económico, la construcción de lazos culturales y financieros, y por participar del mundo, aunque muchas veces pareciera que los estados perdieron interés en la isla.
Me lo dijo otro funcionario: “es difícil, porque ellos son más de mil millones de personas y nosotros apenas somos veinte millones. Lo bueno es que nuestra gente sabe resistir”.